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A continuación van unas cuantas líneas que he compartido también en Twitter:
Tecnocracia frente a Transcendencia
Los tecnócratas son incapaces de
averiguar lo que realmente pensamos. Alardean de ello, pero sus
sensores sólo detectan lo que decimos o escribimos, lo que hacemos,
pero no nuestro pensamiento vivo, que transciende lo medible
materialmente. (1/9)
Presumen de sus logros tecnológicos,
pero sus máquinas no piensan, sólo calculan materialistamente. Es
solo que han cambiado su definición de «pensar», como cambiaron la
definición de «pandemia», para que el "pensamiento"
pareciera encajar con la actividad de sus máquinas. (2/9)
Las máquinas y programas no piensan,
sólo ladran mecánicamente; reaccionan. El pobre "pensar"
de las máquinas muertas no es el rico pensar del espíritu vivo.
Ellas sólo saben de números y palabras, nada saben del corazón de
la vida, del Amor. Saben de algoritmos, mas no de ritmos. (3/9)
Confunden el ruido —lo inconsciente—
con la música —lo consciente. Llaman con el pomposo nombre de
«inteligencia artificial» a lo que en realidad no es otra cosa que,
sin paños calientes, «estupidez artificial». Cálculos. Patrones.
Mediciones. (4/9)
Lo que realmente somos es genio o
espíritu vivo que transciende todo lo medible y material, por lo que
nuestra verdadera vida se les escabulle de entre sus inertes dedos
robóticos, como el agua se escapa espontáneamente a través de los
enormes agujeros de una grosera red de pesca. (5/9)
Pueden monitorear nuestro HACER: lo
irrelevante. Pero no pueden atrapar nuestro pensamiento transcendente
—nuestro SER—, por lo que somos libres. Miran las tendencias
superficiales observables, pero no ven lo que compartimos esencial y
profundamente. (6/9)
Por ejemplo, miran nuestras hormonas y
sus efectos, pero pasan por alto la plenitud transcendente. Miran
nuestras palabras pero no entienden el gozoso propósito con que las
compartimos. Miden nuestras neuronas o el flujo sanguíneo pero no
comulgan con el origen transcendente. (7/9)
Miran la letra pero no escuchan la
música. Carecen de la verdadera intuición. ¿Por qué prestar
atención a las travesuras infantiles de lo estresantemente cambiante
y fugaz, en vez de disfrutar relajadamente de la amable presencia
permanente de lo eterno? (8/9)
Lo relevante no es lo que hacemos o lo
que decimos, sino lo que somos. Lo jugoso en estos mensajes no es lo
que se ha dicho, sino lo que transciende el lenguaje y se ha dejado
sin decir porque es inefable. (9/9)
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