Emilio
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En ese momento, yo estaba buscando la distancia justa para clavar las estacas de la lona del toldo porque el sol de la mañana se volvía cada vez más fuerte y al no haber casi brisa, el calor de febrero se estaba haciendo notar. Busqué espacio entre las matas de caña colihue y de pronto me encontré frente a frente con un cardo, de espinas agudas y desafiantes. A veces, cuando estoy solo, suelo expresarme en voz alta y en ese momento, así lo hice:
- “Caramba... ¿Qué hace un cardo aquí perdido entre las cañas?”
- “Caramba... ¿Qué hace un humano aquí perdido a la orilla del lago?” oí que contestaban...
Miré a mi alrededor creyendo que había alguien más, pero en realidad, estaba solo, o al menos, así yo lo creía en ese momento.
- “¿Quién es?” pregunté.
- “Yo, el cardo... aquí justo delante de vos...”
Nunca se me ocurrió que podía llegar a mantener una conversación con un cardo, nada menos. Pero me repuse y contesté, un poco sorprendido y otro poco pensando si la soledad no me estaba volviendo algo loco...
- “No estoy perdido, estoy buscando silencio, paz, naturaleza... un sentir... una respuesta...”
- “Yo también...” respondió el cardo.
- “Está bien, disculpe, vecino... no quise molestarlo ni invadir su lugar... pero estoy realmente sorprendido; es la primera vez que oigo que un cardo me habla...”
- “Tal vez, “vecino”, si aprendieras a estar en silencio podrías oir que toda la Naturaleza te habla...” dijo el cardo.
- “Bueno, siempre he tratado de oir, pero...”
- “Claro, uno de los tantos problemas humanos... oir, pero no escuchar...”
- “Es cierto, estoy de acuerdo... no es lo mismo; pero siempre me he llenado los ojos mirando la Naturaleza virgen, y...
- “Mirando... pero no viendo...” volvió a interrumpirme el cardo.
- “Caray! Parece que me he encontrado con un conversador agudo, y no lo digo por sus espinas, no lo vaya a tomar a mal...”
- “Soy agudo, sí... pero no soy agresivo, no se si te has dado cuenta... simplemente, busco poner las cosas en su lugar. Y eso no suele resultarle grato a la mayoría. Si no fuera por mis espinas sería comido por cualquier animal o pisoteado por cualquier humano... ¿no crees?”.
- “Sí, pienso que tienes razón... ¿nos tuteamos? Lo que pasa es que habrás de convenir conmigo en que no tienes muy buena fama...”
- “Puede ser... me han hecho mala fama, los que no han respetado mi espacio y se han encontrado con que me defiendo”.
- “Si, pero... discúlpame, es que tampoco tienes precisamente una apariencia muy amigable... ¿Sabías eso?; lo primero que piensa uno al encontrarse con un cardo es que lo va a pinchar”.
- “No, mi amigo, yo no pincho a nadie... la gente se pincha sola cuando me pisa o me agrede. Y respecto de lo que piensen, una cosa es pensar y la otra es entender...”
Me quedé un momento en silencio, porque con este cardo se veía a las claras que no se jugaba... aunque nuestra charla parecía más un partido de truco que una conversación. O un ejercicio de esgrima, punta contra punta. Ambos nos estudiábamos y nos jaqueábamos con las palabras. No terminaba de ubicarme en la realidad de la situación cuando el cardo me dijo:
- “De todas maneras, ¿No has notado que nos parecemos en algunas cosas?”.
- “Y... pensándolo bien... si. Aunque concuerdo en que una cosa es pensar y la otra, es entender. Estoy tratando de entender...”
- “Bien, pero una cosa es pensar para entender y la otra es sentir... ¿no?” dijo el cardo.
- “Bueno, si... es cierto, y noto que vas siempre un paso adelante de mí y me cuesta seguirte...”
- “Si me sigues, vas a pincharte, humano... ¿no te parece?”
- “Puede ser, pero esta charla me interesa porque sospecho que de ella, algo voy a aprender” le contesté.
El cardo se inclinó un poco, acomodándose... como en esa pose canchera que adoptan los que te están tomando el pelo; aunque no se si fue tan así o simplemente, fue la brisa que apareció de pronto y lo hizo moverse. De todas maneras, daba para pensar lo que me decía mi sorprendente interlocutor.
- “Sí que vas a aprender... si aprendes a sentir” continuó el cardo sacándome de mis reflexiones.
- “Siempre he buscado aprender y también, sentir, amigo...”.
- “¿Seguro? ¿Siempre? Vamos a ver... ¿Notaste la flor que está en el extremo de mi tallo?”.
- “Sí, la estoy mirando” le contesté.
- “Pero... ¿Sólo la estás mirando o realmente la estás viendo? ¿Cómo es? A ver, cuéntame tu impresión...
- “Es muy linda, tiene un color violeta intenso y muchas agujas con la punta blanca... muy interesante, muy especial” le respondí.
- “No son agujas, disculpa... son pétalos”.
- “Bueno, mi amigo, no te enojes... a simple vista parecen agujas; como una flor acorde a tu tallo, un poco pinchuda, diríamos, ¿no?”.
- “No es tan así... a ver, ¿te animarías a tocarla?” preguntó el cardo.
- “Y.... si no me vas a pinchar... probemos, despacito... Ah, no... tenés razón, no pinchan; mirá... no son agujas, son pétalos... cierto, y muy suaves, reconozco...” le dije, sorprendido.
- “¿Ves? Así se comportan la mayoría de ustedes, los humanos... miran, pero no quieren ver; oyen, pero no quieren escuchar; piensan, pero no entienden, o generalmente, lo que es peor, no quieren entender; se inclinan a creer, pero se niegan a sentir... Sencillamente, parece que tienen miedo de vivir, tienen miedo de crecer, tienen miedo de lastimarse, tienen miedo de la verdad y por eso prefieren sus creencias, que Uds. piensan equivocadamente, ingenuamente, que no los lastiman...” y concluyó “Si yo sólo fuera una planta agresiva como me han hecho fama, y no tuviera una esencia valiosa para la Naturaleza, no podría crear flores como las que tengo... “Por sus frutos los conocerán” dijo Alguien, ¿no es así? ¿No te ves a veces en una situación parecida, acaso?”.
Ante semejante andanada de replanteos, no pude hacer otra cosa que quedarme en silencio.. Y sí; el cardo tenía razón. La vieja conducta recurrente: oigo, pero no quiero escuchar; y si escucho, que no me duela; y si me duele, que no me importe; y si me importa, que no se note... El cardo me observaba, atento a mis expresiones faciales, divertido porque se daba cuenta de que me estaba poniendo en aprietos...
- “Bueno, si... es así, señor cardo, me has dejado sin respuesta...”.
- “Pero como, amigazo... ¿no es que vos venís al bosque justamente a buscar respuestas?”
- “¿¡... !?... No hay caso, eh? Con vos no se puede... y bueno, a ver, si vos me tuvieras que dar una respuesta, algo que yo debiera hacer carne en mi, ¿qué me aconsejarías?” le pregunté, para ver si al menos por esta vez lo podía poner en compromiso.
- “Muy sencillo... y para que lo recuerdes, te lo digo en versito: vos mismo lo has puesto hace un momento, en evidencia; hay que aprender a no dejarse llevar por las apariencias”.
Duro de roer, mi reciente amigo el cardo... al final, me vi obligado a darle la razón. De pronto, tomé conciencia del increíble silencio que nos rodeaba, y comencé a sospechar que el lago Moquehue había estado escuchando toda la conversación, porque me pareció (o tal vez fue que sólo me pareció) darme cuenta de que la playita de su bahía mostraba una curva... muy amplia, demasiado abierta; justamente... como una enorme sonrisa...
Emilio
Febrero 2004
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